lunes, 13 de diciembre de 2010

Introducción: El sueño de Doña Rosita


Temiqui. El sueño de Doña Rosita. Cuando los niños estaban terminando la última lámina del códice, Doña Rosita pinto esta lámina. Nunca lo había hecho (sic). Los niños fueron sido sus maestros.



Nota: Este es el texto de introducción del libro de divulgación popular-infantil.

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Introducción

-Amoxexeliztli-

Rosa María Silva Mesa.


Habitualmente cuando leemos un libro encontramos citas de exitosos personajes, de la lucha entre el bien y el mal, de aventuras imaginarias, etc. Este que ahora tiene en tus manos, querido lector, es el resultado de un trabajo que nos llevó mas de un año realizarlo.

En él los protagonistas fueron niñas y niños de San Antonio Tecómitl, Delegación Milpa Alta, D. F. Surge de la inquietud de ver cómo las historias de trabajo, de sometimiento, de participación, antecedieron a la supuesta mejor vida que ahora disfrutamos. Y digo supuesta, porque si vemos hacia atrás, la calidad de vida de nuestros antepasados -si no fuera por los sometimientos de los que fueron víctimas-, disfrutaban tanto de la tranquilidad emocional y de la alimentación natural que ellos producían directamente de la tierra.

En la actualidad, la competencia por ser más que los de enfrente o los de junto, nos ha hecho dejar de lado cosas tan importantes y maravillosas como lo es decirles a nuestros hijos que hicieron nuestros padres y abuelos, como vivían, se relacionaban, nos educaban, como convivían, se ayudaban y como se unían para buscar el mejoramiento de sus comunidades.

Tú amiguito lector, ojala que ahora te inquiete preguntar a tus mayores todo lo que antes mencionamos, pues en este trabajo, los niños participantes con la Sabiduría infantil que les caracteriza, preguntaron en la comunidad todo lo que les inquieta; por ejemplo, ¿por qué nos dicen nahuales?, ¿cómo y dónde se formó el pueblo?, ¿cómo era antes esta zona?, ¿de dónde proviene el nombre del pueblo?, ¿por qué sus tradiciones?, ¿qué leyendas encierran?, ¿cuál ha sido la evolución del pueblo?, ¿porqué hay ejidatarios?, ¿qué relación tenemos con el Teutli, nuestro querido volcán?, etc.

Si tú no eres de Tecómitl, te darás cuenta que éste mismo tipo de preguntas, puedes hacerte con relación al lugar donde vives y ver las cosas en las que se parecen y en las que son diferentes.

Todas estas preguntas les fueron contestadas por personas mayores del lugar, estimulados por el inquieto grupo de niños. Muchas de esas conversaciones se hicieron en el lugar mismo de los hechos platicados. De modo que pudieron comprender mejor las historias.

En esta aventura de investigación, niñas y niños disfrutaron de los trayectos para ir a distintos lugares, convivieron y luego reprodujeron lo escuchado, creando dibujos, esculturas y todo un lenguaje con su propio cuerpo.

Todo ello para finalmente poder hacer un códice, que se llamó Tecómitt Así es, nuestro pueblo tiene el primer códice hecho por niños en forma comunitaria que cuenta sus cuatro historias.

Ahora han dejado una huella palpable de sus experiencias, que esperamos -porque fervientemente lo deseamos- que se repita la experiencia con otros niños y en otros lugares. Y así, de generación en generación, encontrarán el motivo para arraigarse a la tierra donde viven y sabrán luchar en conjunto para afrontar los graves problemas que se nos avecinan.

Que no se nos olvide que el amor, la sabiduría infantil y la sabiduría milenaria de los pueblos, es una parte muy importante de lo que realmente tenemos para conservar y mejorar el mundo en que vivimos.

Cuando yo era niña me encantaba salir todos los domingos por la mañana a barrer el frente de mi casa, porque era hermoso ver como pasaban las personas mayores y se saludaban con armonía y respeto entre si y a mi también me saludaban diciéndome cariñosamente por mi nombre o simplemente niña, pero sentía la familiaridad del pueblo en ese saludo.

Éramos muy pobres, aunque unos mucho mas y siempre vi como las señoras se ayudaban, pues unas a otras se pedían cuando no tenían tantita manteca, tantitos frijoles o tantita azúcar sin que hubiera critica para ello. Los señores que sembraban sus tierras, como no tenían para pagar peones, se unían para hacer las labores (siembra, montón de uno y di-a-dos —primera y segunda labor). Haciendo de una en una la de todos.

A esta ayuda mutua de los campesinos pobres, don Felipe González Gonzaga aún recuerda que se le llamaba tlacueltimas. En honor a esa forma de trabajo, ese es el segundo nombre de nuestro códice. En aquellos tiempos nunca nos faltaba el maíz y en todas las casas se veía el humo todo el día, pues en la madrugada se iniciaba la lumbre con el cocimiento del agua para el cafecito, luego los frijoles y luego las tortillas, que junto con la salsa de molcajete, nunca faltaban.

Para entonces, la mayoría de los jefes de familia eran campesinos, pero poco a poco, la necesidad y la inquietud de mejorar las condiciones en que se vivía, fue creando otras formas de trabajo y también otras formas de vida, a veces haciendo olvidar el corazón de tlacueltimas. Deseamos que los lectores de este libro, sean niños para entusiasmarlos y mayores para comprometerlos a hacer algo y no perder la historia de nuestros pueblos.

El resultado es de lo más maravilloso para mí, pues con esa sabiduría infantil de todos los niños, fueron creando y descubriendo cada una de las partes que conforman el Códice Tecómitl Tlacueltimas. Si alguien les hubiera diseñado un modelo para que ellos lo repitiesen, no sería novedoso, pero el que ellos utilizaran su imaginación, creatividad y corazón para crearlo, hacen del Códice Tecómitl un trabajo muy especial.

Ser testigo del empeño y entusiasmo de niñas y niños, que a través del juego descubrían sus raíces y creaban con ellas el Códice, me reafirma que no importa cuanto tiempo se invierte, no importa el trabajo que nos cueste, no importa los desengaños que a veces encuentra uno, no importa las críticas malsanas que nos quieren aplacar. Lo verdaderamente importante es y será siempre hacer algo para que nuestros antepasados -desde donde estén-, se sientan satisfechos de haber sembrado la semilla del deber comprometido de cada uno de nosotros. Y mas que nada, que los niños tengan herramientas para continuar esta labor, ya que de esta manera solamente ellos podrán -quizá- salvar a nuestra especie.